El debate político en las redes sociales es una realidad que cada día toma más fuerza y sube de temperatura. Y no solo son los ciudadanos de a pie quienes se meten a Internet para opinar sobre la agenda pública, sino también los políticos que hasta antes de la era digital se daban un baño de pueblo solamente en las campañas electorales.
Eso lo saben y lo dicen quienes han hecho del Facebook, del Twitter y de otros soportes digitales su territorio, su patio en el que se mueven con libertad, entre ellos, blogueros, empresarios y políticos.
La semana que acaba de terminar estuvo marcada por debates en torno a la posible suspensión del gobernador Rubén Costas, el retorno de los marchistas al Tipnis y a nivel internacional sobre los miles de españoles que se volcaron a las calles contra el ajuste económico.
El pasado jueves, Tuffí Aré, el director del programa Asuntos Pendientes que se transmite por EL DEBER radio a partir de las 18:00, abrió el micrófono para que el empresario Alfredo Leigue, que dirige El Factor Multiplicador, una empresa de servicios web, Anne Arrázola, activista cibernética, y el expresidente de Bolivia y Carlos D. Mesa, interactúen en torno a la participación masiva que a cada minuto alimenta los muros de las redes sociales.
Leigue está convencido de que el debate se ha trasladado a las redes y que ahora los políticos están obligados a opinar en esos ámbitos y en tiempo real, sabiendo que el emisor puede conectarse con los receptores y recibir críticas.
El interés por algunos políticos de peso es evidente. Por ejemplo, el Facebook del gobernador Rubén Costas está colapsado. Si alguien quiere agregarlo recibe una notificación que dice: Lo sentimos, este usuario ha alcanzado el número límite de amigos. Tiene más de 5.148 contactos.
Samuel Doria Medina tampoco se queda atrás, con sus 5.308 ‘amigos’. En su muro hay una frase del nobel de literatura José Saramago: Es hora de aullar, porque si nos dejamos llevar por los poderes que nos gobiernan, se puede decir que nos merecemos lo que tenemos.
Leigue dice que todo esto no hubiera sido posible sin el Internet 2.0, porque ahora interactuar en tiempo real es posible. “La versión 1.0 eran las páginas estáticas que manejaban las instituciones, ahora, las redes sociales son como un partido de tenis, alguien habla y se genera el debate”, dice Leigue.
Anne Arrázola es la directora de Tatú, una empresa que ofrece servicios de comunicación digital y que capacita a compañías sobre el manejo de redes sociales.
Con la experiencia de esa plataforma, Arrázola coincide en que ahora la retórica política ya no solo se hace en escenarios cerrados y donde la retroalimentación era solo el beneficio de pocos, sino que a través de la web ahora es más rápido aceptar que hay otros que piensan diferente. “Te acercan con alguien que está en Llallagua o en La Guardia, es posible que dos personas distantes se entiendan y lleguen a un punto en común”, dice Arrázola, que cree que existe más reflexión en la sociedad civil.
El expresidente Carlos Mesa está seguro de que las redes son el vehículo de transmisión de demandas. La exautoridad tiene una cuenta en Twitter con 7.000 seguidores, con quienes, dice, se comunica como un ciudadano común y no como un exmandatario de Estado, aunque claro, afirma, sus comentarios deben estar a la altura de las circunstancias.
Ya pasó el tiempo de las vacas sagradas
Claudio Ferrufino Concqueniot Escritor
Las redes han acentuado el debate político. Lo han ampliado hasta límites insospechados. Sin duda que pueden hallarse deficiencias, como una trivialización del debate y del análisis, pero, por otro lado, eso arrastra consigo la democratización de la palabra, la opinión.
Cualquiera puede dar su punto de vista y también acceder a casi toda la información sin que esta pase primero por el tamiz del Estado. Ese es un gran paso para hacer la discusión participativa y que no solo las vacas sagradas se crean con derecho a emitir juicios. Ese tiempo pasó.
Mil peros se aceptan sobre el debate político en las redes; otros más sobre la manipulación a que se expone. Críticas que si bien tienen fundamento no son suficientes para opacar un fenómeno de masas de tal magnitud.
Eso es lo que temen los gobiernos, y algunos como China alcanzan el paroxismo de la desesperación tratando de evitar infiltraciones de uno u otro lado que desenmascaren la falacia del comunismo allí.
Dudo que los estados puedan alguna vez controlarlo. Menos ahora con ejemplos tan sólidos e importantes como la "primavera árabe', donde las redes sociales mostraron su poder de convocatoria.
La libre opinión produce dolores de cabeza al que gobierna. No hay duda. Las redes actúan como un permanente ojo avisor para supervisar los desmanes de los poderosos. Que hay otras cosas que se pueden decir, tal vez no todas buenas, seguro. No es el tema ahora.
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