La muerte de Steve Jobs ha provocado, como cabía esperar, una multitud de reacciones prácticamente unánimes de homenaje y admiración en todo el planeta.
No es para menos, teniendo en cuenta su capacidad única de trabajo, de visión de futuro y de gestión empresarial.
El hombre se convirtió en personaje, en ícono, en sinónimo de una de las compañías tecnológicas más veteranas y poderosas del mundo. No obstante, su forma de ser y su obra han sido también criticadas en varias ocasiones.
Jobs era un hombre brillante, dinámico, luchador y apasionado, un emprendedor nato rebosante de audacia y de talento. En palabras del propio presidente de EEUU, Barak Obama, fue "lo suficientemente valiente para pensar de modo diferente, lo suficientemente osado para creer que podría cambiar el mundo y con el talento necesario para conseguirlo".
Mucho se ha hablado de su capacidad como visionario, su pasión por el diseño, su capacidad para ponerse en el lugar de los usuarios y crear productos bellos, deseables y extremadamente fáciles de usar.
Pero también era, según algunos biógrafos -especialmente Alan Deutschman-, un líder autoritario, arrogante, narcisista y extremadamente detallista, que exprimía a sus empleados y que estaba obsesionado con el control.
Jobs era un hombre muy admirado, pero ciertamente también odiado por algunos.
Más allá de las críticas personales -lógicas si tenemos en cuenta la carismática personalidad que poseía Steve Jobs-, amplios sectores del mundo tecnológico han criticado su principal obra, Apple.
Donald Norman, exejecutivo de Apple y experto en diseño emocional y usabilidad, declaró al diario británico The Guardian que la compañía es "excelente para generar una fuerte reacción emocional positiva por parte de quienes utilizan sus productos". Pero emociones tan fuertes pueden generar lo contrario.
Otras críticas se han centrado tradicionalmente en que los productos de Apple pueden ser más bonitos y atractivos, pero a menudo son más caros y carecen de algunas funciones que otros de la competencia tienen.
Grandes expectativas pueden generar grandes decepciones. Eso no ha impedido éxitos como el del iPod, el iPhone o el iPad, productos controlados desde el principio hasta el más mínimo detalle por el propio Steve Jobs.
En un revelador artículo publicado en 2008, la revista Wired se preguntaba cómo Apple podía conseguir que todo fuera bien haciendo todas las cosas mal o, mejor, dicho, al contrario que prácticamente todas las compañías de la competencia: control absoluto de 'hardware', 'software' y aplicaciones, y el abrazo radical a los programas cerrados y propietarios.
A Apple se le crítica el abrazo radical a los programas cerrados y propietarios
El tándem iPod e iPhone, junto a iTunes, es un ejemplo claro: juntos funcionan muy bien (un punto a favor para los usuarios medios que no 'destripan' dispositivos), pero solo porque están íntimamente unidos y los primeros dependen del segundo para cargar música o videos.
Esa ausencia de libertad, de apertura de sus productos, en un mundo cada vez más colaborativo y abierto, es otra de las críticas recurrentes.
Eso sin mencionar el absoluto secretismo que impera entre sus decenas de miles de trabajadores por contrato, algo común en Silicon Valley, pero que en el caso de Apple se radicaliza hasta el extremo. Paradójicamente, pese a ser una compañía casi completamente opaca para los medios de comunicación, es muy raro leer una crítica negativa contra Apple en ellos.
Otras críticas que ha recibido la compañía a lo largo de los últimos años pasan por cuestiones medioambientales (Apple enseguida abrazó un amplio programa de control y reciclado de sus productos que, como todos los generados por la industria tecnológica, son altamente contaminantes) e incluso por las condiciones de los trabajadores chinos que ensamblan sus productos (y prácticamente todos los demás productos tecnológicos de la competencia).
Como dice el artista Mike Daisey en una columna en el diario The New York Times: "La magia del señor Steve Jobs tiene sus costos".
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