domingo, 4 de enero de 2015
Las redes en la edad del burro
Sara, de 13 años, está enojada con sus padres. Se siente víctima de una injusticia. A pesar de sus buenas notas, han decidido confiscarle el móvil a las 11 de la noche, después de pillarla whatsappeando en la cama de madrugada. Al principio, protestó, clamó, chantajeó. Sara era una niña risueña, cariñosa y siempre dispuesta a todo. Hasta que, súbitamente, mutó en la chica contestona, indolente y alérgica a las efusiones que describen hoy sus progenitores.
Está en plena eclosión hormonal. 'Tengo un humor que no me entiendo', admite, entre ofendida y orgullosa. Nada que no pasara en su día su hermana Irene, hoy casi una adulta oficial a sus 17 años y medio. La diferencia es que, mientras Irene cruzó la delicada frontera entre niñez y adolescencia acompañada de la computadora situada en el salón de la casa, Sara lo está haciendo con el mundo, su mundo, incrustado las 24 horas en la palma de su mano en la pantalla de su móvil. Irene ha tenido que migrar de la computadora al móvil. Sara, en cambio, es de la era movildigital pura. La “edad del burro” siempre fue difícil, pero el nuevo instrumento digital tiene desorientados a muchos progenitores que, como los de Sara, compraron el móvil a sus niños para tenerlos más controlados, y han terminado con sus hijos localizados, sí, pero abducidos por una pantalla en la que no saben muy bien qué hacen ni con quién. “Les van dando un BMW y los dejan conducirlo solos, sin licencia ni seguro. Sus hijos son digitales, y como ustedes no, renuncian a contro- larlos y a ponerles normas. No vale. Si les dan una herramienta, tienen que conocerla. Si se preocupan de saber quiénes son sus amigos en la vida real, háganlo también en la digital”. Esther Arén, inspectora jefe de la Unidad de Participación Ciudadana de la Policía, usa un estilo deliberadamente provocador para advertir a los padres sobre los riesgos de la Internet y las redes sociales en conferencias.
El auditorio, padres y madres universitarios de clase media, reciben la charla asintiendo y sintiéndose aludidos, según dirán luego. “Algunos se quedarían absortos al ver el vocabulario y las fotos que suben sus hijos a las redes. No vale decir que no saben de ello. Nunca es tarde. Se puede aprender a conducir a los 40. Háblenles, pónganles normas. Horarios. Háganse un perfil. Vean a quién y quiénes los siguen. Que no los chantajeen con su intimidad. Son sus hijos, son menores y son su responsabilidad”, concluye Aren, de 45 años, urgida por los whatsapps que su hija, de 13, le envía. Parece que el control es mutuo.
Jesús Pernas, de 48 años, director del colegio público de Los Santos de la Humosa (Madrid), padre de un chico de 14 años, y consultor de redes y menores, tiene una visión diferente. “Si la policía tiene que venir a mi colegio, mal lo estoy haciendo como educador y como padre”, opina. “Lo que es increíble es que Internet y las redes no estén presentes en el currículo escolar desde primaria, cuando ocupa el 99% de su tiempo libre”, deplora. Pernas no comparte la recomendación de Aren de espiar a los hijos. “Prohibirles y amenazarlos es criminalizarlos, reconocer nuestro fracaso e invitarles a mentirnos. Ellos buscan en la Red lo mismo que nosotros a su edad: el amor, la reafirmación, la emoción. Un chico suele ser en la Red como es en la vida real. Están en un momento de búsqueda, han de decidir su camino. Ahí es donde tienen que estar los padres.
Ése es el verdadero abismo, lo de la brecha digital es una excusa. Hay que ponerse ante los hijos y compartir su miedo. Hacer con él un trabajo emocional, si lo conquistas en la vida real, lo tendrás en la digital. Lo que no vale es quitarles el móvil”.
Es viernes y Sara ha quedado con sus amigos Hugo, Sauditu, Isa y Kacper en un jardín cerca del parque de bomberos de Alcalá de Henares (Madrid), donde residen. Así, “Bomberos”, se llama el grupo de Whatsapp a través del que se han citado, y por el que se intercambian mensajes, fotos, vídeos, y emoticones a discreción durante todo el tiempo en el que no están juntos, incluso estándolo. Hoy todos tienen móvil con Internet. Ya son mayores. Además de Whatsapp, tienen perfil en Instagram —red de fotos y comentarios—, Snapchat —aplicación de conversación e imágenes que desaparecen a los 30 segundos— y Ask —red de preguntas y respuestas anónimas—, entre otras aplicaciones, juegos y redes. Menos para hablar, funden su tarifa en esas actividades. Lo hacen porque les gusta “sentirse siempre con los amigos, enterarse de cosas”. “A ti también te gusta que te sigan en Twitter”, le dice Sara a su madre.
La realidad es compleja. Hay ciberacoso escolar. Hay grooming, adultos que se hacen pasar por niños para lograr imágenes o favores sexuales.
Hay niños que quedan con desconocidos. Hay casos de adicción a las redes. Hay suicidios. Hay hasta expertos que aconsejan no permitir el uso del móvil hasta los 16 años, cuando el 83% de los chicos de 14 ya tiene uno. La mayoría de los niños y adolescentes usan el móvil para comunicarse y divertirse sanamente. Pero ello amerita sus cuidados.
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