Todos hemos hecho cosas estúpidas que quisiéramos olvidar. Claro, yo tengo mi lista. Pero además nos gustaría que los otros también lo olvidaran. Eso es casi imposible. Nuestra vida, para bien o para mal, está grabada en internet y en nuestros celulares. Todo lo que hemos escrito, texteado o fotografiado está en algún archivo digital fuera de nuestro control. Hay ‘nubes’ o cementerios digitales de los cuales, muchas veces, se levantan los muertos.
Edward Snowden, el excontratista de la Agencia de Seguridad Nacional, nos enseñó que nada es secreto. Y el reciente robo de millones de contraseñas ejecutado por piratas informáticos en Rusia nos deja aún más vulnerables. “Los celulares no son solo una tecnología conveniente,” dijo hace poco John Roberts, juez de la Corte Suprema de Justicia. “Con todo lo que contienen, y con todo lo que pueden revelar, ellos tienen en sí mismos la privacidad de la vida de los estadounidenses.” Por eso la Corte Suprema decidió nueve a cero que la Policía no puede ver tu teléfono sin una orden judicial.
Siempre hay alguien vigilando y guardando información. Cada vez que hay un crimen me sorprende lo rápido que la Policía sabe cuál fue la última llamada del agresor y de la víctima, y qué hicieron en su computadora.
Todos tenemos una huella digital. Haz el siguiente experimento: entra a Google o a Bing y pon tu nombre. Es muy posible que, aunque no seas figura pública, haya información sobre ti y no toda es confiable. Probablemente haya hasta mentiras y difamaciones. ¿Cómo sacas eso de internet?
La máxima corte de justicia de la Unión Europea, con base en Luxemburgo, salió al rescate. Decidió en mayo que la gente tiene el derecho a influir en lo que el mundo puede saber sobre ellos. Se basó en el caso del español Mario Costeja, a quien le molestaba que cada vez que alguien buscaba su nombre en Google aparecía un viejo artículo periodístico, de los años 90, en el que se reportaba la venta de su casa para pagar deudas. El abogado argumentó que eso le afectaba, y la corte le dio la razón.
Por eso, ahora Google tiene una solicitud ‘on line’ para los europeos que deseen borrar información que sea ‘irrelevante, no actualizada o inapropiada’ sobre ellos. Pero no es borrón y cuenta nueva. Google la quita de su buscador, pero la página original no desaparece. En otras palabras, no podemos borrar del todo nuestro pasado. Si tú dijiste una idiotez en Twitter o Facebook, ahí está. Si saliste borracho en Instagram, ahí está. Lo mismo ocurre sobre lo que otras personas han escrito sobre ti, cierto o no.
Twitter informó recientemente de que tiene más de 255 millones de usuarios al mes. Y Facebook asegura que dos de cada tres de sus 1.280 millones de usuarios entran al sitio todos los días. Estamos, literalmente, inundados de información.
Si estás leyendo esto en una computadora o celular, o estás cerca de uno, entra al sitio InternetLiveStats.com. Las cifras, en tiempo real, son impresionantes: hay casi 3.000 millones de personas usando internet en el planeta, se realizan más de 2.000 millones de búsquedas de información en Google cada día y se ven diariamente más de 4.000 millones de videos en youtube.com
Nuestra vida, cada vez más, es lo que hacemos y lo que interactuamos en celulares y computadoras. Un 40% de la humanidad, aproximadamente, está metida en internet. Y cuando digo “metida” pienso, sobre todo, en esas personas que duermen, se bañan, trabajan y descansan a unos centímetros de sus celulares. Ya dejaron de sorprenderme las comidas en las que, por momentos, todos están revisando su teléfono, como si hubiera una emergencia mundial.
Esta doble vida -real y digital- que muchos de nosotros llevamos, deja inevitablemente su rastro. La definición de identidad se ha extendido: tú eres tú, lo que haces por internet y lo que otros en los medios sociales dicen de ti. Esto último es imborrable. El concepto de un internet totalmente libre, tan atractivo hace unos años, es ahora una pesadilla digital para todos: ¿quién no se arrepiente de algo que hizo en internet o quisiera borrar algún detalle que otro escribió sobre él? Vivir para siempre, una vida después de la muerte, es lo que nos prometen las religiones. Pero ya no hay que rezar para eso. Internet nos hizo eternos. Nadie, nunca, podrá ser olvidado
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