jueves, 11 de mayo de 2017

Todos somos cancheros en el chat

Todos editamos nuestras vidas. Todos retocamos sus colores, elegimos sus encuadres y buscamos resplandecer. Pero las herramientas que nos dio el chat para construir versiones recargadas de nosotros mismos es inédita. La distancia, la capacidad de especular, el anonimato, las caritas ambiguas y la posibilidad de dar respuestas con delay son solo algunos de los recursos que hacen que hoy sea más facil que nunca jugar al (o la) winner (virtual). El chat nos permite pistear como campeones en el mundo de las impresiones, al menos, hasta que llega el momento del vínculo real. Y ahí..., ¿qué onda?

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La mayoría de nosotras tenemos conversaciones inconclusas con hombres que, aunque “mueren por nosotras”, jamás tienen tiempo para vernos. Están viajando por el mundo, terminando una relación difícil, haciendo negocios brillantes. Otros cuidan abuelas enfermas o juntan comida para los perritos del refugio. Entre ellos, hay machos hipersexuales, de esos que prometen desnudarnos con los dientes y que levantan temperatura con cada mensaje, pero que -¡ohhh, una pena!- viven demasiado lejos como para generar un encuentro real. Pero esa reacción no es solo masculina; a veces somos nosotras las que dejamos de contestar chats que habían creado expectativas en el otro. Muchas veces -conscientemente o no-, la distancia entre lo que mostramos y lo que somos es tan grande que volvernos inaccesibles es una herramienta para recuperar el control. Pero así, el encuentro nunca se produce.

NO TODO ES CUESTIÓN DE AMOR

Pensar que quienes forman parte de las redes de conquista están buscando amor es un poco romántico, pero también ´naíf´. En el terreno de la seducción, meterle un ´push up´ al ego puede ser la verdadera razón por la que tantos subimos nuestras mejores fotos y exhibimos nuestros trofeos. A veces, el “amor” que alguien busca (o cree buscar) es simplemente el deseo de aprobación. Sentir que podemos llegar a fascinar al otro es un motor fuerte, porque lo que más nos gusta de las redes... ¡es gustar! Cuando lo que nos impulsa es el ego, es muy fácil que se rompa el encanto. Y cuando un encuentro se da de una forma no tan perfecta, lo que podría ser anecdótico al comienzo de una relación se vive como un fracaso y nos resta paciencia para buscar qué más puede haber en el otro o que más puede el otro encontrar en nosotros. Por ejemplo, el miedo a fallar se manifiesta con gestos mínimos como tartamudeos y latiguillos con sabor a cliché e incluso con disfunciones sexuales ocasionadas por la enorme expectativa que ellos mismos construyeron virtualmente.

SIN FILTRO

Muchos nos escudamos en el chat para irnos de boca. Es el caso de las propuestas y fotos hot a los diez minutos del “hola”. En el mundo de lo virtual, esto puede ser un fin en sí mismo, un shot de adrenalina sexual que buscamos en ese momento. Acá, la canchereada no tendrá repercusiones porque un encuentro real jamás fue parte del plan. Si nos decepciona, tal vez sea clave entender que el chat puede ser tan solo un juego divertido. Esa posibilidad, tanto en el chat como en el mundo, existe.

PROYECTAR EN EL OTRO

“Escorpiana... Mmm, debes ser muy sexual”, “¿Viviste en Europa? Uy, seguro eres re abierta en la cama”... Todos podemos ser una pantalla blanca sobre la cual el otro proyecta sus propias fantasías. Por eso, la tentación de terminar interpretando un rol que no elegiste puede ser enorme, y con ella, tu inseguridad. Eso explica por qué a veces nos ponemos a la defensiva o buscamos el control con maniobras raras que el otro no entiende. Entre emoticones de caritas y corazoncitos, las posibilidades de malentendidos son tan grandes que no es extraño que nos sintamos desconcertadas sobre el rol a interpretar cuando llega la hora del encuentro. Y esa desorientación es la que nos termina jugando una mala pasada a la hora de conectarnos de manera real y honesta con el otro.

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