lunes, 20 de febrero de 2017

Todavía hay vida más allá de las redes sociales y ellos lo saben



Cuesta ubicarlos, pero existen. La tendencia que se da en otros países, de abandonar las redes sociales, suma adeptos a cuenta gotas en Bolivia. “De aquí a algunas horas habré cerrado mi cuenta de Facebook”. Ese anuncio se convirtió en el epitafio virtual de Amaru Villanueva (31), quien abandonó hace un año la plataforma en la que participaba a través de un ícono con su imagen y semejanza.


En la vida cotidiana actual, los dedos recorren kilómetros de notificaciones todos los días en busca de entretenimiento. Están al tanto de lo que hacen sus contactos, de lo que opinan sobre tal o cual cosa, de cómo crecen sus hijos y sus mascotas, y de quiénes fueron al último junte de la ‘promo’. A ese cóctel de interacción social se suman noticias, memes, videos virales y publicidad. Una combinación de datos tan apabullante como adictiva.

Volver a lo básico
Toparse con gente joven que aún siendo nativa digital prefiere relacionarse a la antigua con el resto del mundo, llama la atención. “Me sorprende que les sorprenda”, responde el fotógrafo Alejandro Loayza (30) cada vez que le dicen que no pueden creer que hace nueve años que no tiene Facebook.


Estar fuera de las redes sociales no significa que se hayan convertido en ermitaños digitales ni que se hayan ido al campo a ordeñar vacas. Trabajan con internet, ‘googlean’ cosas como el resto del mundo y se mandan ubicaciones por WhatsApp. Solo no quieren pasar tiempo viendo la vida de sus amigos en internet. El motivo que los llevó a salir del ‘face’ es que ambos sentían que la plataforma les restaba más de lo que les aportaba.


Lo bueno es que viven la vida sin interrupciones permanentes, tienen menos distracciones, creen que la privacidad los exime del chisme y, al tener menos información a la mano, se sienten más ligeros.


Lo malo, lo reconocen, es que se enteran tarde de muchas cosas, puede que se pierdan de algunas oportunidades laborales y sienten que la distancia se acrecienta con los amigos que viven lejos.
“La gente que quiere encontrarse se encuentra igual, como se hacía en 1900, y si quieren seguir algún tema, hay otros canales para estar al tanto. Justificar el Facebook por esos motivos, son solo excusas”, dice Alejandro, que sacia su apetito informativo con Twitter, donde no ha escrito ni un solo tuit, y sigue a periódicos y a cineastas.
“No es que el resto de las personas sean prescindibles, es que no existe razón para que sus vidas, acciones y opiniones consuman una proporción tan grande de tu atención”, añade Amaru.

En carne y hueso
Micaela Camacho tenía 19 años cuando apareció el Hi5 y sus compañeros de la U se volvían locos espiando la vida de los otros desde la comodidad de un café internet. Ella nunca se abrió una cuenta. Tampoco lo hizo en Facebook, ni en Twitter, ni en LinkedIn, ni en nada que vaya más allá de un correo electrónico. No sabe lo que es existir en el plano digital, nunca puso un pie ahí, su cara no fue nunca un conglomerado de píxeles.


Una tarde sus amigas se juntaron en un chat común y ella participó acompañando a una de las que estaba conectada. “Todas hablaban al mismo tiempo y yo no entendía nada, pensé que hubiera sido más fácil que nos llamemos de una en una”, dice quien, en respuesta a un deseo propio, tiene solo una posiblidad para ver a la gente que quiere: en carne y hueso

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